Ernesto Moreno, una vida dedicada a la ciencia

“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país puede descansar en paz”

Nelson Mandela

¿Cuántas personas logran trascender en el tiempo, cuántas historias pueden ser contadas por la grandeza de su genio? Para la comunidad de la FES Cuautitlán, uno de estos personajes es sin lugar a dudas el doctor Ernesto Moreno Martínez, quien recientemente falleció dejando un legado que por siempre se preservará por la importancia de sus contribuciones en el mundo de la ciencia y particularmente de la agronomía.

El doctor Moreno se graduó como ingeniero agrónomo egresado de la Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro”, cursó el doctorado en fitopatología en la Universidad de Minnesota, Estados Unidos y, por su experiencia como investigador y con el apoyo de la Coordinación de la Investigación Científica y del Instituto de Biología de la UNAM, en 1989 fundó la Unidad de Investigación en Granos y Semillas (UNIGRAS), en el Pabellón de Arteaga, Aguascalientes.

Años más tarde, en 1996 esta instancia fue trasladada a nuestra Facultad, consolidándose como un espacio para realizar investigaciones en el área de poscosecha de granos, semillas y micotoxinas; en el estudio biológico del ecosistema de almacenamiento y en la acción de los insectos y de los hongos que inciden en la calidad de los granos y las semillas durante su transporte, almacenamiento e industrialización.

Considerado un pionero en esta materia, el doctor Moreno desarrolló múltiples trabajos que coadyuvaron al mejoramiento del sector agropecuario, entre los que destacan su contribución al mejoramiento genético del maíz a fin de evitar su contaminación por aflatoxinas y el almacenamiento hermético de granos en el medio rural sin el uso de plaguicidas con el objetivo de disminuir las pérdidas poscosecha.

Por tan importantes logros, el académico fue reconocido por distintos organismos: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Centro de Alimentación y Desarrollo (CIAD), el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT)-Coca-Cola y el Consejo Mexiquense de Ciencia y Tecnología (COMECYT).

No obstante, cabe destacar que su  interés cabal en la formación de recursos humanos fue una de sus más grandes cualidades, pues por más de cuatro décadas dedicado al quehacer científico transmitió su conocimiento a decenas de estudiantes que, de su mano, emprendieron una larga trayectoria profesional.

Éste es el caso del doctor Juan Carlos del Río García, quien lo recuerda como un ser humano extraordinario “el doctor Ernesto Moreno fue un magnífico investigador; sin embargo su calidad humana fue su mejor atributo. Fue una persona sencilla en su forma de ser y de actuar, de gran bondad, humor e ingenio, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Con su actuar siempre me recordó que ser humilde, leal y agradecido con los demás y con la vida es lo que nos lleva por el camino de la felicidad. Agradezco la fortuna de haber coincidido con él.”

Otro ejemplo es el doctor Abraham Méndez Albores, quien a continuación relata el primer encuentro con quien formó parte trascendental de su carrera académica y profesional, la ilustre figura que eternamente vivirá en la memoria colectiva de quienes conforman la FES Cuautitlán.

De cuando conocí al doctor Ernesto Moreno

Una mañana calurosa del mes de agosto del año 1999, mientras cursaba el segundo semestre de la Maestría en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, en el Departamento de Investigación y Posgrado en Alimentos, de la Universidad Autónoma de Querétaro, visité las instalaciones del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (CINVESTAV), Unidad Querétaro, ubicado muy al norte de la ciudad. 

Recuerdo bien esa travesía de más de una hora de viaje, un tanto en el sistema de transporte público y otro tanto en un taxi del llamado “Pueblo de Juriquilla”. En esa ocasión visité al doctor Gerónimo Arámbula Villa, con la intención de buscar un tutor para desarrollar un tema de tesis.

El proyecto que me propuso estaba financiado por el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Querétaro el (CONCYTEQ), bajo responsabilidad de dos doctores: Arámbula y otro experto en micotoxinas de la UNAM, (palabras textuales del doctor Arámbula.

El trabajo pretendía evaluar la degradación de las aflatoxinas presentes en el maíz con un proceso de nixtamalización, llamado “ecológico”. Casi un mes después, cuando había estudiado la propuesta y leído algunos textos y artículos científicos, regresé al CINVESTAV convencido de que ése era el proyecto en el que quería trabajar.

Recuerdo que aquella tarde hice el compromiso con el doctor Arámbula: ser el estudiante que ellos buscaban. Muy alegre de tener asesores, busqué la manera de regresar a la ciudad de Querétaro y me senté en una piedra muy cercana a la salida del Centro de Investigación, para pedir un “ride”.

Pasados 30 minutos, un auto de marca alemana y de color plateado se acercó a la salida. Tímidamente hice la señal del “aventón”con la mano derecha y el automóvil con dos tripulantes se detuvo, tan pronto como pude me alojé en el asiento trasero de ese vehículo que aún olía a nuevo.

En esos casi 20 km de recorrido, no paré de recibir preguntas por parte del copiloto, todas relacionadas con mi vida estudiantil, hasta llegar al motivo de mi visita al Centro de Investigación. Convencido de tener conocimiento de las aflatoxinas (por haber leído un protocolo), expliqué con seguridad el abc de estas sustancias tóxicas, alardeando que estaba a punto de trabajar con un doctor de la Máxima Casa de Estudios del país que se encontraba de año sabático en el CINVESTAV, de nombre Ernesto Moreno Martínez.

Aquel personaje que tanto me cuestionó sobre las aflatoxinas volteó su rostro hacia mí y me preguntó ¿Qué sabes de ese tal Ernesto Moreno? Yo respondí que no lo conocía en persona, pero que había leído varias hojas de uno de sus libros y como 20 artículos científicos (la mayoría eran de las citas del protocolo).

Nunca olvidaré aquella risa y esa mano derecha señalándose a sí mismo, que con su voz característica me dijo “yo soy Ernesto Moreno y voy a ser tu tutor”, en ese momento me sentí el estudiante más tonto del mundo. Varios días después supe que Alejandro Cabello, uno de sus muchos becarios, fue quien manejaba el auto del doctor en esa ocasión.

A casi 21 años de lo sucedido, no recuerdo (y no quiero recordar) cuántas mentiras le dije de las aflatoxinas y de los hongos que las producen, pues ese personaje de pantalón color caqui y saco de pana obscuro es con quien tuve la oportunidad de compartir la maestría, el doctorado, dos años de posdoctorado y otros tantos como integrante de su grupo de trabajo.

Hoy, más que como un tutor, lo recuerdo como un amigo, quien me enseñó (entre otras cosas) lo que ahora sé de esas nombradas micotoxinas. Doctor Moreno, como yo le llamaba, ha dejado marca en la vida de sus estudiantes y mientras nosotros sigamos trabajando con las aflatoxinas usted vivirá.

Hay algo de lo que estoy completamente seguro, un día (tal vez no muy lejano) nos volveremos a encontrar, y seguiremos hablando de aquellos “felones” como usted les decía, con formula molecular C6H6O.

Con mi más profundo respeto y admiración, Abraham Méndez Albores.

Sandra Yazmín Sánchez Olvera

También podría gustarte